La boda de Ana y Alfonso

Conocimos a Ana Calvo, la novia, en la pasarela nupcial de BodaBook. PROTOCOLO era la única masculina que desfilaba y Ana, periodista especializada en moda y en bodas, cubría el evento para una conocida publicación, además de quedarse con ideas porque ¡preparaba su boda!

 Le invitamos a la tienda de Madrid (ahora en la calle Núñez de Balboa, 58). Conocimos a Alfonso, el novio, y se probó varios smokings, porque el dress code de su boda vestía a los hombres con este traje de etiqueta.

 Ana estrena esta sección del blog de bodas PROTOCOLO. En primera persona, nos cuenta cómo fue su gran día. ¡Mil gracias, Ana y Alfonso, por dejarnos formar parte de ese día tan especial!

¡ENHORABUENA!

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“Cuando a los seis meses de conocer a Alfonso, me pidió que me casara con él la noche de mi cumpleaños, tenía dos opciones: salir corriendo en dirección contraria, o darle un beso acompañado de un ‘sí, quiero’. ¡Claro que quería! Así que mi opción, obviamente, fue la dos.

No tenía nada que pensar. Solo un año y medio por delante de preparativos. Aunque, como dicen mis amigas (no sin falta de razón) nosotros siempre dejamos todo para el último momento, y cuando de verdad nos ‘pusimos las pilas’ fueron los tres últimos meses. Así que novios que leéis esto: no os agobieis y disfrutad, que la época de preparativos es preciosa y muy divertida. Pero sigamos con nuestra boda…

Alfonso y yo nos casamos en la Ermita de Los Remedios, en Colmenar Viejo (Madrid), el pasado 21 de junio. En mi familia siempre hemos sido de la Hermandad de esa Virgen, y para mí tenía un significado muy especial, aunque fue él quien decidió que la ceremonia fuera allí la primera vez que le llevé. La Ermita está en un enclave precioso, en medio de un pinar, con la Sierra de Madrid y la presa de Manzanares el Real como telón de fondo.

Nunca olvidaré la sensación de entrar a la iglesia agarrando muy fuerte el brazo de mi padre, después de abrazar a mi madre (ella entraba antes, claro), y ver a Alfonso esperándome en el altar. Creo que si tuviera que elegir un momento mágico, sería ése. Su cara, los nervios que se le notaban en los ojos (aunque él lo niegue siempre), lo guapísimo que estaba con su esmoquin clásico negro de PROTOCOLO, ese ‘algo’ que le dijo a su madre (¡la mejor suegra del mundo mundial!) mientras me acercaba… y ese último beso de soltera que me dio cuando llegué a su lado.

La ceremonia estuvo cargada de emoción. El ‘sí, quiero’ fue el más sincero que nadie puede dar, porque los dos sabíamos que significaba para siempre. Al salir, casi 300 personas nos esperaban para seguir celebrando el día más importante de nuestras vidas. Todos y cada uno de ellos eran co-protagonistas de nuestra película de amor. Sí, todo estaba ambientado en el cine… ¡y salió, creo, de cine!

Tras una maravillosa sesión de fotos en el pinar de la Ermita a cargo de Alejandra Ortiz (su socia, Ana Encabo, no podia hacernos las fotos porque era una de mis testigos de boda…) y Fotocracia, nos reunimos con los invitados en un ambiente muy ‘rustic chic’ también: la Finca Los Enganches, que gestionaba el Catering de La Chalota.

Y ahí es donde empezaban las sorpresas. Si algo teníamos claro Alfonso y yo es que queríamos que cada uno de los invitados se sintiera especial. Como decía, todo estaba ambientado en el cine, así que cada mesa correspondía a una película de Audrey Hepburn (mis invitados) o de James Bond (los de Alfon), y habíamos modificado los carteles originales de la película cambiando los nombres de los protagonistas por los de NUESTROS protagonistas. Los meseros eran antiguas carcasas de VHS con esos carteles y escondían un secreto: dentro, cada invitado tenía una tarjeta escrita a mano con un mensaje. ¡No os imagináis lo que lloramos de emoción durante los días que los preparamos!

Además, en vez de dar los típicos regalos de boda, hicimos una donación a la Asociación Española Contra el Cáncer y entregamos como testigo a cada invitado una pulsera de la AECC (los que me conocen saben lo que significaba esto para mí).

Pero no solo nosotros soprendimos, las lágrimas de emoción iban en las dos direcciones. Cómo no emocionarnos al ver cómo dos amigos (gracias, Mi War y Pablito) nos leían unas cartas preciosas, o cómo mi ‘hermana postiza’ me entregaba un álbum de fotos con toda nuestra vida en imágenes, o cómo nuestros amigos se habían reunido para grabarnos un vídeo tan divertido como emotivo. Nuestros padres eran los cómplices en todo, y sin duda, los mejores ejemplos que tanto Alfonso como yo podemos tener en todos los aspectos.

 

Después de muchas sorpresas, y de cenar estupendamente, llegaba el baile. Salimos al jardín, y bajo un cenador de cristal que decoramos con luces como si de una antigua verbena se tratara, lo abrimos con ‘Have you ever loved a woman’, BSO de ‘Don Juan de Marco’. Nunca olvidaré cómo no podíamos dejar de mirarnos. Esos ojos que tiene… Y de los ‘te quiero’ susurrados al oído. Cuando terminó, sonó ‘Lucía’, la canción que bailaría con mis padres (somos así, los tres juntos siempre), y volví a llorar de emoción.

El grupo de uno de nuestros amigos dio un concierto para nosotros que terminó convirtiéndose en un karaoke muy divertido. Y la fiesta se prolongó hasta que vimos amanecer a las 7 de la mañana. ¡Qué bien nos lo pasamos todos! Porque sí, los novios también disfrutan, cantan, bailan y toman copas en su boda.

Si me preguntan qué cambiaría de aquel 21 de junio, lo tengo claro: absolutamente nada. Fue perfecto. Sin más. Y volvería a decir ‘sí, quiero’ a Alfonso mil millones de veces más.

Por cierto, mi vestido era el modelo Yanguas de Pronovias Atelier (del que me enamoré en el desfile de la firma en la Semana de la Moda Nupcial de Nueva York), y lo combiné con zapatos joya a medida de Jorge Larrañaga, un ramo de girasoles de la floristería donde mis padres siempre compran las flores, un precioso tocado de estilo ‘vintage’ de Cucullia y la magia de mi estilista, Sandro Nonna“.

 

Todas las imágenes son de Alejandra Ortiz y Fotocracia.